Esta semana me tocó volar de nuevo, y los aeropuertos siempre son lugares maravillosos para escuchar y ver personas.

En mi vuelo, había dos señoras regias en los asientos de al lado. Se veían muy guapas y bien cuidadas y parecían tener cerca de unos 60 años. Por su plática, supe que eran comadres, y viajaban con sus esposos que venían sentados un poco más atrás.

Entre la típica plática de señoras que tenían, pude escuchar claramente el siguiente diálogo:

– ¡Tengo tantas ganas de poder escaparnos sólo las amigas a un viajecito! – Dijo la primera, sonando entusiasmada.

– Pues si comadre, yo también, pero pues ¿cómo le hacemos? – Contestó la segunda.

– Bueno, tú también porque sales mucho en los viajes de tu esposo. – Objetó de nuevo la primera

– Sí, pero no es lo mismo. Vieras como se me antoja a mi también escaparnos. Sólo unos cuatro días, no pido tanto. Y cerquita, a donde sea, lo único que quiero es pasarnos el día entero jugando canasta. Jugar en pijama en la mañana, y que nos de la madrugada y seguir jugando. Nunca lo he hecho. Nunca he viajado con amigas y se me antoja de verdad. Pero, ¿cómo le hacemos? Entre el marido, los hijos y los nietos cada vez está más difícil escapármeles. – Contestó de nuevo la segunda mujer con un claro dejo de nostalgia.

– Ya sé comadre, ¿quién lo iba a decir? Esperamos a que los hijos crecieran para tener un ratito de tiempo libre, y ahora no sólo son los hijos sino también los nietos los que nos necesitan. – La emoción de la primera se había ido, y ahora sonaba resignada.

– Qué te digo, yo cada vez batallo más para cortar el cordón umbilical… –  Suspiró la segunda.

 

Dejé de escucharlas y me perdí en mis pensamientos. Esa plática me hizo reflexionar mucho.

Abuelas, ¡renuncien! Sólo un poco, sólo a ratos, pero renuncien. Se lo merecen, se lo ganaron.

Nos dieron su vida entera, su tiempo, su espacio, su atención y un millón de cosas más.

Fueron nuestras mamás, maestras, doctores, choferes, anexos y derivados durante décadas. Cancelaron eventos, reuniones con amigas, juntas de trabajo, sesiones de lectura, idas al gimnasio y sus horas de descanso por estar al pendiente de nosotros. Porque nos amaban, porque aún nos aman…

Pero ya crecimos. No nos dejen abusar de ustedes.

Es justo que recuperen un poco de su espacio y se den lugar para tratar de retomar esas cosas que dejaron para cuando “hubiera tiempo”. Es su momento. Anímense, emancípense a ratos de sus nietos, de nosotros los hijos y, ¡caray!, hasta del marido. Es hora de tener largas horas de plática, viajes con amigas, paseos y compras sin prisa, caminatas en silencio, citas en el salón de belleza, clases de historia, maratones largos de juegos de baraja… ¡lo que ustedes quieran!

Se lo ganaron, se lo merecen.

Nos dieron sus mejores años, pero aún tienen mucho por recorrer. Su familia merece una esposa, madre y abuela feliz. No nos den permiso de ser egoístas. Ya no. Nosotros encontraremos como arreglárnoslas un rato por nuestra cuenta. Ya conseguiremos quién nos ayude con los niños, y el esposo no se morirá si un par de días debe pedir de comer fuera. No me malinterpreten: las amamos, las valoramos, les agradecemos (nunca lo suficiente), las necesitamos y no sabemos vivir sin ustedes. Ustedes son la luz de cada familia y sabemos que nos adoran, que son felices con nosotros y que darían la vida por sus nietos… El mundo no se acabará por un rato de tiempo sólo para ustedes…pero la vida sí. Esa se va poco a poco, a veces sin darnos cuenta.

Es por esto que quise dedicar este momento para hacer este pequeño tributo a ustedes y compartir estas líneas para tratar de motivarlas.

¡Abuelas, libérense a veces de nosotros y aprovechen su etapa bien ganada! Peleen tiempo para ustedes. Atrévanse a decirnos “Hoy no puedo hijito”. No nos pasa nada y para ustedes, puede significar mucho.

Abuelas del mundo, ¡renuncien!… Aunque bueno, sólo por un rato.

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