Y no hablo necesariamente del hecho de viajar y visitar otros lugares, no. Incluso si sólo me subiera al avión para viajar de ida y de regreso, sin bajarme, me encantaría volar.

Desde niña, desde siempre, y no me cansa.

Durante mi día a día soy casi esclava de mi agenda… No me quejo, es mi vida, mi trabajo, mis actividades. Las amo y las disfruto, pero como casi todo, tienen su lado abrumador.

Paso de un compromiso a otro siempre corriendo; estoy en juntas mientras atiendo en simultáneo conversaciones por WhatsApp; malabareo una lista de correos por responder; e intercalo llamadas por atender.

Así es, así soy.

 

Pero al volar, todo es diferente.

Es un momento mágico, un oasis de paz en donde (quiera o no) me tengo que desconectar. No hay opción, te quedas sin teléfono y no hay más, así es. Es como si la vida me regalara esta pausa obligada y deliciosa en mi día.

Un suspiro, despacio y profundo. Un momento un-plugged.

Subirme a un avión me permite estar en silencio, tener un rato de tranquilidad y reflexión que puedo aprovechar para leer, para escribir, para pensar o incluso para dormir. Volar me genera esta sensación de separación mental y emocional del caos diario, y me permite ver todo desde otra perspectiva.

Así como cuando te elevas y ves las ciudades pequeñitas, desde arriba y desde lejos. Cuando descubres lo bello del cielo viendo las nubes hacia abajo, distinto de como las ves a diario. Así como se ve diferente el horizonte desde la ventanilla. Así es como volar me permite hacer lo mismo a nivel mental.

Estar en el avión me da la facilidad y el espacio para ver los retos de la vida diaria desde otro punto de vista. Mucho más hermoso, mucho más pausado, mucho más en paz.

Por eso lo disfruto tanto.

Particularmente, me encanta volar en la tarde, cerca de las seis, porque me permite apreciar esos hermosos tonos naranjas del atardecer. Eso me ayuda a recordar la vulnerabilidad de la vida, y me hace consciente de la fragilidad humana que existe a pesar de la magia de la ciencia y la tecnología.

Quizá pueda sonarte raro, pero volar incluso me sirve para hacer un examen de conciencia y validar si estoy realmente preparada para dejar de existir justo en ese momento, o en cualquier otro. Sin dejar nada pendiente, sin dejar nada en el tintero, sin remordimientos o sin “hubieras”.

Usualmente me siento lista, y eso también me genera paz.

¡Venga! Que el universo me regale muchas más pausas de éstas y que vengan muchos vuelos más.

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