Durante Semana Santa tuve una experiencia que me hizo reflexionar sobre el vocablo sororidad, que por cierto, no está reconocido por la Real Academia de la Lengua Española. Únicamente ha sido calificado como vocablo válido, por la Fundación del Español Urgente.

Me encontré con una mujer vestida de bailarina árabe, una “estatua humana” de las que se encuentran en lugares turísticos. No me llamó la atención su maquillaje exótico sino sus acompañantes, un niño de aproximadamente 10 años que le seleccionaba el fondo musical y en una carriola, un bebé que me pareció no mayor a un año.

Como muchas mujeres en México[1], esta mujer estaba trabajando, pero al MISMO TIEMPO, cumpliendo sus obligaciones de cuidado de sus 2 hijos, en la mejor forma que podía.

Imaginarme todo lo que podía pasar por la mente de esta mujer, su necesidad de proveer para sus hijos, en la economía informal y por tanto sin acceso a servicios de guardería, cuidar de ellos en un trabajo (recordemos, estatua) y lugar poco apropiados para atender a un bebé. Es probable que haya sentido culpa en algún momento, como el 54 % de las mujeres que trabajamos fuera de casa[2]. No debe ser así. Ella no está fallando como mamá, son las condiciones laborales y económicas las que deben proveer mejores alternativas.

Me conmovió mucho. Reconozco y agradezco lo afortunada que he sido de la situación laboral en la que he podido vivir la maternidad. Un billete no hubiera sido suficiente, así que le escribí a esta mujer una pequeña nota donde la felicitaba por el gran trabajo que está haciendo y lo orgullosa que debe sentirse por lo que hace por sus hijos.

Reflexioné sobre la importancia de ser solidarias entre mujeres y de generar acciones concretas en ese sentido. De allí el tema de la sororidad, término utilizado por primera ocasión por la antropóloga mexicana Dra. Marcela Lagarde y de los Ríos. Derivado del latín soror-is (=hermana),  y de solidaridad, “adherirse a la causa de otro”, se refiere a las relaciones de “hermandad y solidaridad entre las mujeres para crear redes de apoyo que empujen cambios sociales, para lograr la igualdad”.

Según la Dra. Lagarde, las relaciones entre mujeres tienden a la enemistad (¿recuerdan el artículo anterior “El Peor enemigo de una mujer, es otra mujer”?) así que la práctica de la sororidad  debe por lo menos mitigar las relaciones de enemistad, favoreciendo intereses comunes.

 

Y bien, ¿Como nos volvemos más solidarias?

El Dalai Lama dice que la compasión es algo que requiere práctica y que debe llevarnos a la acción. Así que si la sororidad se practica, les propongo 3 actitudes o pasos que nos pueden ayudar en ese camino.

1.- Conciencia.  Tomar conciencia de nuestras propias emociones y necesidades. Ponerle nombre a nuestros sentimientos. Este es un camino interior personal, que sucede a su propio tiempo. No es cuestión de edad sino de madurez.

Aprendamos de la tendencia de enseñarles a nuestros hijos un vocabulario amplio en términos de emociones: me siento alegre, triste, preocupado, emocionado, enojado, frustrado.

2.- Empatía. Creo que en la medida en que adquirimos consciencia de nuestras emociones, podemos tener la capacidad de identificarnos con el otro y así compartir sus sentimientos. Cuando he visto mi tristeza, mi frustración, mi alegría, es más probable que tenga la capacidad de reconocerla en el otro.

Desde pequeña, cuando tendía a reaccionar enojada o contestar lo que se me venía a la boca, mis papás me invitaban, primero, a pensar (escucho claramente a mi papá: “conecta la lengua al cerebro”) y después a ponerme en el lugar del otro: ¿cómo crees que se siente esa persona de trabajar bajo el sol todo el día?

La empatía requiere un ejercicio consciente que involucra una reflexión personal y observar a los demás en sus circunstancias.

3.- Acción. Dicen que las buenas intenciones abundan en el camino al infierno. La falta de acción ante alguna necesidad, es la pérdida de una oportunidad de haber cambiado esa situación.

Las acciones pueden ser muy variadas.

Yo empezaría con algo sencillo, preguntar con interés, “¿Cómo estás?” Y no quedarnos en el “bien gracias”, sino profundizar.  A la compañera del trabajo que nos sorprende llegando muy temprano, ya arreglada, y con los niños en la guardería, ¿cómo organizas tus mañanas?

Elogiar. Tengo una amiga de la que aprendo mucho, tiene una hermosa y especial capacidad de observar lo positivo y de verbalizarlo en algún comentario lleno de aliento. Estamos tan acostumbrados a opinar, que se nos olvida que en ocasiones un espaldarazo es lo que más necesita la otra persona: “¡qué bien se te ve!”, “¡qué buen trabajo hiciste”, “tienes toda mi admiración!”

Colaborar. Siempre hay algo que podemos hacer. Siempre. A la mamá desvelada que no tiene tiempo ni de pensar en comer, le podemos llevar algo a la oficina; a la que está pasando por alguna enfermedad de los papás o de la pareja, ¿qué tal ofrecerse para apoyar en el cuidado de los hijos?

 

Acompañar, aun en silencio, es también una forma de actuar.

Considero que estos 3 pasos, concientizarnos, ser empáticas y movernos a la acción, nos pueden ayudar a iniciar nuestra práctica de la sororidad.

¿Qué más podemos hacer para volvernos más solidarias entre mujeres? Me encantará leer sus sugerencias.

Katia T. Aguiar Cárdenas.

[1] Porcentaje de Mujeres en la economía en México: 36 %(formal) y 59%(informal) según el Atlas de Género publicado por el Inegi, Encuesta Intercensal 2015  http://gaia.inegi.org.mx/atlas_genero/
[2] Reporte Women@Work 2016, Kiik Consultores.

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