Te estoy tejiendo un par de alas, sé que te irás cuando termine…pero no soportaría verte sin volar.
– Andrés Castuera-Micher
Esta mañana leí esa frase en el muro de una buena amiga y mi corazón dio un vuelco; soy mamá de tres hijos, la mayor es una hermosa adolescente que le ha tocado la titánica tarea de enseñarme a ser mamá.
Estamos preparando su fiesta de XV años con una lista de pendientes que de pronto pareciera interminable, y me pregunto: ¿A qué hora creció tan rápido? ¿Cómo no me di cuenta, que esas noches sin dormir porque quería tenerme cerca iban a acabar tan pronto? ¿Cómo no saboree cuando yo era todo su mundo y no había más que mamá?
¿A qué hora se volvió callada al entrar al carro cuando antes no paraba de hablar y contarme sus aventuras diarias? ¿En qué momento tiene un gusto tan definido para decir no a la primera y sí solo a lo que ella elige?
Me gusta su determinación a pesar que no siempre estoy de acuerdo con sus opciones. Pero extraño a mi niña, no me siento lista para ser la mamá de una adolescente, no estoy lista para que vuele pronto y ya veo en el horizonte el momento. Me aterra no haber hecho bien mi trabajo; llega la hora de confiar en ella y en mí, me turba que la lastimen, no sé cómo lidiaré cuando alguien le rompa el corazón, me asusta que se desvíe del camino y que deje de ser feliz. Le ruego a Dios verla reír siempre, quiero oírla parlanchina, con esos ojos que todo me dicen. No quiero que cometa mis errores, ni que se equivoque al elegir de quien se rodea. Quiero verla perseguir sus sueños y alcanzarlos, perseguir estrellas y reírse a carcajadas en el intento. No estoy lista para verla irse. Sé que es parte de la vida. Deseo verla surcar el cielo y conquistar la más alta montaña, quiero verla fuerte, segura, decidida, arrojada, apasionada por todo lo que haga, plena y confiada. Estoy consciente que Dios no prometió sol sin lluvia y que no hay manera de saber lo que es el frío si no conoces el calor, no hay manera de conocer la felicidad si no conoces la tristeza. Que el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso. Confío que el mundo es bueno y que siempre encontrará el camino para llegar a donde quiera y las manos que la ayuden a lograrlo, pero tengo miedo.
Ser mamá ha sido la tarea más honrosa que me ha tocado desempeñar, la de más alto rango y también la de más responsabilidad, porque moldear corazones es una tarea en la que el fracaso dolería intensamente.
Hoy caigo en cuenta que el tiempo de volar está llegando, que esas alas que he tejido con tanto amor y vehemencia empezarán a dar sus primeros aletazos a pesar de mis miedos. Es momento de fluir con la naturaleza de la vida, de agradecer que mi hija está evolucionando y de abandonar en manos de Dios sus decisiones, sus acciones y su futuro, mientras yo hago el trabajo que me toca.
Extraño a mi niña, pero es momento de recibir con alegría la nueva etapa con todo lo que nos depara, porque definitivamente no soportaría verla sin volar.
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