“Procuren respirar lo menos posible” nos sugiere a los regiomontanos, a modo de broma, el periodista Armando Fuentes Aguirre, Catón. Ojalá se pudiera. Ojalá pudiéramos decir a nuestros hijos cada vez que hay contingencia ambiental: “que te vaya bien y no respires hoy, es peligroso”. Y es que en Monterrey el aire está tan contaminado que, efectivamente, respirar es un acto natural y peligroso. Según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación es uno de los principales riesgos para la salud, y es causante de siete millones de muertes prematuras por año en el mundo. Solo en México, cada año 17,000 personas mueren antes de tiempo debido a la contaminación ambiental.
Las partículas PM2.5 —así se llaman porque miden menos de 2.5 micras, tamaño 100 veces más pequeño que el grosor de uno solo de nuestros cabellos— son emitidas por nuestros automóviles, plantas de energía y algunos tipos de procesos industriales, lo que convierte a Monterrey y su área metropolitana en un foco de producción. La importancia de las PM2.5 radica en que son las más peligrosas porque son las más pequeñas, y por eso pueden llegar a nuestros pulmones, corazón y hasta el cerebro.
En mujeres embarazadas, son capaces de atravesar la placenta y llegar hasta el feto.
Los ojos llorosos, alergias, dolores de cabeza o fatiga crónica pueden estar ligados a esta causa. Pero no solo eso. Se ha observado que hay más personas hospitalizadas cuando los niveles de contaminación son muy altos y la exposición constante a estas partículas finas puede desarrollar, o empeorar, enfermedades como asma o bronquitis. También se ha visto que hay más casos de neumonía o cáncer entre la población de lugares muy contaminados, y lo mismo aplica a los infartos repentinos, pues las partículas agravan las enfermedades pulmonares o cardíacas. Lo peor es que la gente ni siquiera asocia estos padecimientos con la contaminación.
El peligro para nuestros hijos pequeños es mucho mayor, por muchas razones. Sobre todo porque respiran más aire —en relación a su peso— y respiran más rápido. Y como no podemos pedir a nuestros hijos que no respiren o que respiren poco, la única alternativa es exponerlos lo menos posible el aire de nuestra ciudad cuando está altamente contaminado, situación que es cada vez más frecuente. Algunas medidas urgentes ante la situación que vivimos son cancelar recreos y entrenamientos al aire libre, apagar motores mientras esperamos en la fila de la escuela y cancelar partidos los días que hay contingencia.
“¿¿Cóoooomoooo??” Dirán algunos. “¿¿Cancelar el partido?? ¡Por ningún motivo! Y ¡ay del niño (y de la madre) que falte y que por su culpa pierdan el torneo! Imperdonable”.
Probablemente esos padres y madres que se molestan si alguien sugiere posponer un evento deportivo o decide no exponer a su hijo o hija no estén informados de las graves, gravísimas consecuencias de tener a un niño corriendo durante dos horas, inhalando más rápida y profundamente ese capa de veneno gris que flota frente a nuestras narices.
No han de saber que los contaminantes inflaman las vías respiratorias, y como los niños las tienen más pequeñas y estrechas, se les obstruyen muy fácilmente, provocándoles dificultad para respirar. Tampoco que, como su sistema respiratorio todavía está inmaduro, es mucho más susceptible a una infección que lo lleve al hospital. Y seguramente nunca han oído que los niños que viven en ciudades muy contaminadas tienen el cerebro inflamado, disminuyendo su capacidad de atención y aprendizaje, y haciéndolos más propensos a ansiedad, depresión y problemas de comportamiento.
Mil 680 niños menores de 5 años mueren cada año en México por respirar aire contaminado, así que de ese tamaño es el riesgo. Estoy segura que eso tampoco lo saben, sino no seguirían exponiendo la salud de sus hijos por un simple torneo escolar.
Autora: Alejandra Cantú, Comité Ecológico Interescolar.
Voz Invitada.
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