Las emociones —como tristeza, angustia, felicidad, emoción, decepción— son tema de TODOS los días; es NORMAL, es HUMANO. ¿Qué pasa cuando, como padres, a las emociones no se les otorga la importancia debida en el día a día? Sucede que se deja de educar en la inteligencia emocional. Esto no implica que tengamos que estar todo el tiempo preguntándole al niño cómo se siente, sino atender esos destellos diarios, comunes, normales, esos momentos que definen el día.

 

Les pongo un ejemplo muy común: el GRITO cuando el chamaco desobedeció. Porque sí, es verdad, hay momentos en los cuales pareciera que “literalmente” a los hijos nuestra voz les entra por un oído y les sale por el otro, nuestro impulso nos supera y terminamos GRITANDO. No hay que negarlo, somos humanos y nos van llenando el saco de piedritas, hasta que GRITAS, y ¿a quién no le ha pasado? Uff a TODOS los padres nos sucede. La diferencia entre unos padres gritones y regañones, y otros igualitos, está en cómo manejan estos destellos de emociones y cómo EDUCAN con el ejemplo.

 

Están los padres que, una vez que gritaron, ENTIENDEN lo que les sucedió y lo ACEPTAN, están también los padres que EXPLICAN y HABLAN de lo que les sucede cuando gritan y regañan, los que entran en un diálogo cuando pasa la tormenta. Pero son los padres que ESCUCHAN profundamente los que verdaderamente acompañan a los hijos en sus decisiones.

 

Por otra parte, están los padres soberbios que después de un regaño o un grito, difícilmente se disculpan, porque están convencidos que ellos no tienen la culpa de haber gritado, regañado, etc. Los que sienten que los hijos deben estar agradecidos —porque los mantienen y no les falta nada— y bajo este principio los hijos deben hacer lo que ellos digan. Estos padres suelen preguntar a los hijos lo que desean, pero cuando el hijo/a expresa una opción diferente a la “ideal” rápidamente anulan esas decisiones porque “no les conviene”, y acaban haciendo lo que ellos deciden, claro siempre por el bien de sus hijos, pero anulándolos a la vez.

 

Los hijos de estos padres suelen vivir con un miedo interno que va dejando huellas, y a veces es el motivo de que se conviertan en hijos inseguros. Esta inseguridad se puede presentar en dos escenarios: algunos niños pueden ser tímidos y faltos de tomar decisiones, generalmente con pocos logros académicos, sociales o deportivos; algunos otros niños, con demasiado empuje, convertirán esta inseguridad en una actitud de “bully”. De esta manera, tenemos dos extremos opuestos originados de esa misma inseguridad, y como bien es cierto, ningún extremo es bueno, por lo que es necesario estar MÁS y MEJOR preparados para esos hijos especialmente sensibles.

 

Hagamos relaciones “FUERTES”, mostrándonos “DÉBILES”, sí, así es, cuando derribamos esas barreras y nos mostramos imperfectos, sentimentales, humanos, expresando nuestras emociones, en ese preciso momento, con el ejemplo, es como aprenden los hijos a expresar sus propias emociones, y hablando de ellas, es como juntos aprendemos a entenderlas, superarlas o sobrellevarlas. Eso es EDUCACIÓN y a eso yo le llamo inteligencia emocional.

 

Pero OJO, esto se trabaja en el día a día, y se puede desarrollar si realmente lo queremos. Pero debemos primero RECONOCER nuestras carencias, dificultades y “atorones” porque cuando NO hay reconocimiento en las emociones propias, difícilmente hay reconocimiento en las emociones de los demás y caemos en los mismos pensamientos anuladores —“que exageración”, “no es para tanto”, “¿por qué tanto borlote?”—, esos pensamientos que anulan al otro nos vuelven soberbios y no dejan entrar a la empatía.

 

Si queremos hijos sanos, como padres debemos comenzar a trabajar en nuestra salud e inteligencia emocional, y así podremos dejarles un legado de felicidad interna para siempre, les dejaremos el mejor refugio emocional, aquel donde solo se llega en el corazón y en los momentos más difíciles de nuestra vida.

 

Es un ejercicio que requiere de análisis personal y profundo, y para eso se necesita mucho valor, ya que lo fácil es encharcarse en el día a día, sacarle la vuelta y simplemente dejarlo todo enterradito. Puedes practicarlo en todos los ámbitos, con compañeros de trabajo, con amigos y especialmente con la familia. Solo hay que estar con las antenitas bien puestas, con el corazón abierto, con verdadero deseo de ver y entender al otro.

 

Con tus hijos puedes aprovechar esas pequeñas conversaciones, a la hora de la comida, en el carro, los domingos, ESCUCHANDO y descubriendo entre líneas lo que tus hijos necesitan, no de cosas materiales sino lo que necesitan de nosotros como padre/madre.

 

Espero esta reflexión haya llegado suave a tu alma, y si hay algo que vibró en especial en tu corazón hazle caso, ahí está la respuesta.

 

“En un corazón valiente hay cabida para aceptar nuestros propios defectos y debilidades, en un corazón cobarde solo hay espacio para la soberbia”

 

Autora: Leticia Damm Molina

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